Acteón era hijo del dios cazador Aristeo y de Autónoe. Quirón lo educó e hizo de él un gran cazador. Su mayor placer eran las monterías. En una jornada de cazase adentró en el bosque buscando un lugar fresco donde descansar.
A poca distancia había un valle consagrado a Artemis. A pocos pasos se oía una fuente formando un diminuto lago. Era allí donde Artemis acudía a bañarse.
En tanto que la diosa se recreaba en su baño, Acteón se aproximaba con un destino fatal. Ajeno a toda sospecha, penetró en la cueva, contento por haber encontrado un lugar fresco para descansar. Al ver las ninfas a aquel hombre, gritaron para tapar a la diosa. La diosa se inclinó a un lado y cogiendo con la mano agua del manantial, roció la cara y el cabello del joven diciendo:- ¡ve y cuenta, si puedes, a los humanos lo que has visto!
El mozo se sintió sobrecogido de una angustia indecible; salió huyendo y pero se transformó en un ciervo. Intentó hablar pero no podía, no sabía que hacer. Solo le quedaba el corazón y su antigua inteligencia. Sus perros lo avistaron y lo persiguieron hasta clavarle los dientes.
Después de aquel horrible final de Acteón, anduvieron buscándole hasta que llegaron a la gruta. Este había modelado una estatua de Acteón y al descubrirla los perros se lanzaron mostrando como si hubiesen encontrado a su verdadero amo.

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